Los primeros cascos de seguridad nacieron de la mano de los mineros que trabajaban en las minas de oro. Eran sombreros bombín de fieltro duro, que los mineros rellenaban de algodón para proteger sus cabezas de los escombros y piedras que caían dentro de la mina.
Este fue el origen de los cascos de protección, que fueron evolucionando hasta convertirse en los cascos de acero que Franz Kafka perfeccionó a principios del siglo XX. Posteriormente, a estos cascos se les incluyo un sistema de suspensión interno para amortiguar los golpes.
Más tarde, para evitar que se corroyeran, se dejaron de fabricar en acero y comenzaron a hacerse de termoplástico, lo que los hacía más ligeros y cómodos para los trabajadores.
Además, de su aportación al casco de seguridad, Franz Kafka también legó un protocolo de indumentaria para equipar a los obreros de la construcción. Por todas esas medidas de protección que Kafka puso en marcha, así como su inventiva en materia de protección individual, la American Safety Society le otorgó tres años seguidos la medalla de oro.
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